Ahora, mientras escribo estas lineas en las que pretendo resumir toda mi existencia, me doy cuenta de lo perdida que he llegado a estar, de lo largos que se han hecho estos años mientras vagaba sin rumbo por los reinos del este...
Para aquellos que aún no me conozcáis, soy Amatisthe, uno de los miembros más recientes de la hermandad. Mi historia comienza en los confines de Teldrassil, el hogar de los elfos de la noche.
En una noche de tormenta, bajo las ramas del árbol que forma el corazón de Darnassus, el árbol que ha conformado la mayor esperanza y a la vez la mayor desgracia de mi gente desde la expulsión de la Legión Ardiente de nuestras tierras, los druidas de la ciudad atendían a una de sus compañeras mientras ésta daba a luz. El nacimiento de la niña fue celebrado por todo Teldrassil, debido a la escasez de niños elfos de la noche que nacían entonces en la ciudad, y la gran mortaldad de la raza. Amathilien y su esposo, el cazador Silvus, llevaron a su hija a Aldrassil, una aldea cercana en donde ambos tenían su hogar para cuidarla e instruirla. Sin embargo, justo al amanecer del décimo día después del parto, Amathilien, mi madre, fue convocada por el archidruida Fandral Staghelm para acudir en nombre de los druidas de Aldrassil a la ciudad de Claro de Luna, en la fecha del festival lunar. En el momento en que se despidió de su hija, algo pareció susurrarle que jamás regresaria...
Claro de la Luna fue atacado por la horda... aunque la alianza logró frenar la invasión antes de que la horda arrasara todo, para algunos fue demasiado tarde... Empujados a huir de las hordas por el camino del sur, llegaron a Frondavil, donde hallaron la muerte a manos de un segundo grupo de no-muertos que avanzaban desde el sur.
Esta fue la historia que, 20 años después, una druida del Claro de la Luna me contó, durante mi instrucción como druida, tras volver de hablar con el espíritu del gran oso en el bosque... historia que durante esos años, mi padre había tenido a bien ocultarme, evadiendo mis preguntas, ausentándose, escudándose en sus obligaciones de cazador de Darnassus...
Cegada por el dolor, me juré a mi misma que daría con aquellos que mataron a mi madre y me embarqué en una empresa que muchos calificaron de suicida o locura. Mis pesquisas me alejaron de mi hogar y mi familia, de mi gente y del buen camino. Matando orcos para los enanos de Dun Algaz, me gané el sustento durante años, años en los que jamás abandoné mi búsqueda y mis ansias de venganza. Y por fin una noche, en los confines de los Páramos de Poniente, encontré la guarida en la que se resguardaba uno de aquellos renegados, que huía ya incluso de su propia gente...
Solo cuando su cadáver yació sin vida a mis pies comprendí que aquel no era el camino correcto, y que la venganza solo causaba más dolor... Así, herida, desorientada, y con un dolor que iba mucho más allá de lo físico, llegué sin saber cómo a Ventormenta por cuyas calles vagué sin rumbo, sustentándome de los trabajos que realizaba para un mago despótico, y fue en sus calles donde encontré a Faron, y al Gran Concilio y ahora solo espero encontrarme a mi misma...