Anthael Northead, Historia de una catástrofe

Tal vez nunca llegara a imaginar lo que sucedería en mi camino... escapé como los demás de mi raza, amenazados por la Legión Ardiente... ¿Todavía no sabéis a que raza pertenezco? Un honorable Draenei, o almenos eso es lo que se diría si no hubiera perdido mi honor, y mi fe. Mi nombre es Anthael Northead y esto fue lo que sucedió:
Me monté como cualquier otro Draenei, con mi familia, en el Exodar... Esperando huir de ese maldito lugar conocido como Terrallende. Tenía fe en llegar a un lugar mejor... hasta que comenzaron los problemas. El Exodar cayó desde el firmamento para estrellarse sobre el mundo de Azeroth. Aunque fue un desastre, unos lo pasaron peor que otros... Acabábamos de pisar tierra desconocida, pero el problema era que yo no pisé la misma que el resto de la raza... Caí en un lago, cerca había un pequeño cartel que indicaba: Castel Darrow. Sonaría bien, de no ser porque me encontraba en lo que se conoce como las Tierras de la peste… y hace honor a su nombre. El golpe fue tan fuerte que perdí la memoria, olvidé casi todo, solo podía conocer mi nombre al llevarlo escrito en un colgante que llevaba puesto. Pero tenía que centrarme en sobrevivir. Y en ese lugar no había más que plantas y animales enfermos y grandes ejércitos de no-muertos. Al poco tiempo de estar ahí, tenia que empezar a buscarme los alimentos, pero rara vez encontraba algo que no estuviese podrido o infectado. Los días pasaban y mi hambre crecía hasta que tuve que recurrir a comer cosas malolientes y poco “apetitosas”. Mi cuerpo comenzaba a podrirse y me iba pareciendo cada vez más a un no-muerto. Hasta que sucedió. En un día lluvioso, andaba comiendo un ciervo enfermo, cuando a mi espalda se me echaron un grupo de no-muertos. Comenzaron a agarrarme, a morderme a desgarrar mi armadura, intenté quitármelos de encima como pude. Recé todo lo que sabía y pedí ayuda a los Naaru, pero cualquier palabra fue inútil. Me daba por muerto, cuando escuché una voz que logré entender:
-Draenei, muere o sirve al rey exánime… muere o sufre un hambre sin fin… muere o mata…vamos… acaba con ellos… ya no quedan esperanzas, ya solo puedes elegir un sendero que no sea la muerte. Lucha con nosotros, súbdito y serás inmortal.
Como no quería morir aun y como ignoraba donde estaba y que era ese ejército… empuñe un arma, empecé a llenarme de oscuridad y poder, ni si quiera parecía que yo mismo me controlase. Uno a uno quité de mi camino a los no-muertos, escuché como cientos de huesos caían al suelo, y como se retorcían sus rostros… los que pudieron huyeron. Entonces miré fijamente hacia el cielo… ya no sentía las gotas de lluvia sobre mi verdosa piel. Acababa de cometer el error de mi vida, traicionando mis principios, sucumbí a la oscuridad y me convertí en un esbirro más del rey exánime, un Caballero de la Muerte.

Animo con el siguiente, no esta mal ^^

bienvenidos tu y tu espada // y por supuesto tus historias jajaja

Capítulo II
El rey exánime

Volví la mirada al frente; allí, plantado, había un Caballero armado, de la estatura de un humano. Sostenía una espada larga y afilada. El mango de la espada terminaba en una calavera, de la cual salía la hoja, fría como el hielo, aparentemente intacta, como si nunca hubiese sido empleada en una batalla, pero a la vez parecía haber acabado con muchas vidas. Alcé la mirada a la cabeza del hombre, que ocultaba su rostro bajo un yelmo oscuro, del cual asomaba una luz azulada que salía de sus ojos. Entonces habló:
-Ya sois uno más de la Plaga, Draenei. Luchareis para mi, el rey Exánime y yo os concederé la inmortalidad, y os haré poderoso, Caballero de la muerte -dijo mientras guardaba su espada bajo la capa-
-Yo solo necesito saciar mi hambre, encontrar mi lugar aquí, en este mundo... -dije, sin darme cuenta- No conozco nada, solo sé mi nombre: Anthael Northead.

Cada segundo que pasaba allí parecía más poseido, apenas controlaba mis acciones, mi mente estaba perturbada y controlada.

-No necesitareis saber nada más, mata o serás condenado, súbdito. -y hizo en una lengua desconocida para mí, una especie de conjuro- Pronto encontrareis vuestro lugar, y saciareis vuestro hambre matando -Entonces el suelo comenzó a agrietarse y una especie de portal comenzó a ascender- cruzar este portal, que os llevará al bastión del ébano, y buscar al Instructor Razuvious -justo al terminar la frase, desde el cielo descendía a toda velocidad un dragon esquelético, que aterrizó detrás del caballero- decidle que os envía Arthas -y montó sobre el dragón y marchó hacía el nublado cielo-.

Parecía completamente convencido de lo que debía hacer, así que sin pensar más, crucé el oscuro portal.

Capítulo III
El bastión del ébano

Aparecí en un lugar oscuro, sucio, y a muchas yardas de tierra firme. Observando el entorno enseguida advertí dos jinetes, uno a mi derecha y otro a la izquierda. Las pesadas armaduras tapaban sus rostros, así como la mayor parte del cuerpo. Pero por sus destrozadas botas, asomaban unos pies esqueléticos y mugrientos. Estaban montados sobre una especie de caballo tenebroso, que portaba también una armadura. Los jinetes se mantenían firmes, sin mover un solo músculo, si alguno tubiesen. Entonces, algo asustado y a la vez aliviado pregunté por el Instructor Razuvious. Uno de los jinetes señaló hacia el fondo, y sin más preámbulos seguí el pasillo. Pronto me encontré un foso circular de algo menos de dos yardas de profundidad. Allí se encontraban atrapados poco más de una docena de seres encadenados. Rodeé el foso y a unos pocos metros encontré a un hombre alto, de piel morena y rostro podrido y arrugado. Portaba una armadura azul muy brillante. Enseguida sus ojos se centraron en mi. Entonces dije:

-Soy Anthael Northead, y vengo en busca de instrucción por órdenes de Arthas, el rey exánime -nose si fue porque hable una lengua desconocida insconcientemente, o porque el conocía la mía pero me entendió y enseguida me contestó-
-Vaya... más soldados para la Plaga. Si quereis sobrevivir no espereis más, y ve a aquel rincón -señaló cerca de una gran calavera- coje un arma y cubrete con alguna armadura.

Entonces marché y de entre un monton de escombros y objetos inútiles conseguí rescatar una hacha grande, pero ligera y una coraza y grebas de hierro, aparentemente resistentes. Tras vestir la armadura y empuñar el arma, me giré en dirección al Instructor, pero este me señaló la calavera gigante boquiavierta que había a mi lado y dijo:

-Es una forja de runas, apoya tu arma en ella y contagiala con tu oscuridad...

Yo no entendía muy bien que quería decirme, pero enseguida apoye el hacha sobre los dientes de la calavera, y de repente sentí otra vez que alguien invadía mi mente y me llené de poder y oscuridad, como anteriormente sucedió con el ejército de no-muertos. Pronto mi arma comenzó a temblar, yo la sostenía con todas mis fuerzas, entonces esta comenzo a brillar. Desprendía oscuridad, y parecía más poderosa. Sorprendido, la colgué en mi cinturón y me acerqué de nuevo al instructor.

-Creo que ha llegado el momento que esperabas, es hora de saciar tu hambre. Toma esta llave, desencadena algún preso -dijo con una sonrisa en su cara- y acaba con él, antes de que lo haga él contigo -y señaló al foso- prueba el sabor de la sangre, y de la muerte.

Salte hacia abajo, empuñe mi arma, y miré fijamente a los encadenados. Había de todo tipo, unos altos con orejas puntiagudas, unos de pequeña estatura muy barbudos, una especie de Draenei, pero más peludos y con cuernos... e incluso había Draeneis; uno de ellos me miró fijamente y comenzó a chillar, o eso parecía, pero a mis oidos no entró ni media palabra suya. Me acerqué a un diminuto orejón, que no me llegaba ni a las rodillas, y desencadené sus ataduras. El orejón dió unos pasos atrás, tambaleando y cojió una espada desafilada. Se lanzó a toda velocidad a por mi, y dió un espadazo que impacto en mi armadura, luego pasó por debajo de mis piernas y se situó detrás mía. Dí un pisotón intimidante y con la cola golpeé la cabeza del pequeño, que quedó insconciente. Me acerqué a él y sin pensármelo dos veces separé su cabeza de su torso de un hachazo. Realmente me sentí bien y mi cuerpo me lo agradeció, incluso mi hacha pareció agradecermelo también. Desde arriba, el Instructor dibujo una sonrisa en su rostro, entonces hizó explotar el cuerpo del muerto. Me manché de sangre, ignorando que era inocente.

menuda eleccion un gnomo para debutar como asesino.... bah


//una estupenda historia ademas incluye un gnomo decapitado que es el aliciente para que sea una buena historia..... no te ofendas chad